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RICHARD STEPHENS: UN NORTEAMERICANO EN LA SIERRA NORTE. PARTE I Destacado

En el pueblo de Majaelrayo, en la Sierra Norte de Guadalajara, visitamos a Richard Stephens, un usuario del bibliobús de lo más polifacético. Con él mantuvimos una interesante charla que a continuación compartimos con vosotros.

¿Cómo han sido tus comienzos profesionales?

Yo empecé a trabajar en el teatro. Con 19 años me fui de Illinois a Nueva York a estudiar ballet clásico y me metí en la American Company Ballet. No fui un bailarín de primera línea, y como vi que no iba a ser una estrella del baile me metí en la vida del teatro: cabaret, revista y musicales. Luego me interesé mucho por la coreografía, porque tengo una vena creativa. En 1964 estuve trabajando durante 6 meses con un espectáculo en Puerto Rico y me rompí el tobillo en escena. Como me gustaba mucho lo español y no podía trabajar, pensé en ir a España; no sabía que no tenía nada que ver un país con otro, aunque se hablara español en ambos.

¿Cuándo llegaste a España?

Estaba de baja cobrando la compensación y me fui a Madrid, mientras mis amigos preferían irse a París, Londres, Roma, porque en España había una dictadura. Llegué aquí la Nochebuena de 1964. Tenía amigos y conocidos y me gustó tanto que estuve un año con lo que ahorré en EEUU. El taxi desde Barajas hasta el hotel Capitol costaba  entonces 15 pesetas, el metro valía una peseta y media. Viví en el hotel un tiempo y luego alquilé un piso. Al año necesitaba buscar trabajo y como no hablaba español, dos cosas se pueden hacer sin hablar: trabajar como modelo y bailar. Entré en un grupo de baile de Televisión Española y hacía publicidad.

Cuando decidí quedarme en España, quise aprender a poner a parir a la gente en español, porque en el teatro hay cada uno que… Detrás de la Gran Vía, en el Mangold Institute, estudiaba español en un curso intensivo. Cogí una buena base de español; aprendí todos los tacos.

En 1968 esperaba con mi libro de español para extranjeros en la parada de autobús, enfrente del Hotel Plaza. Por la calle Princesa, bajaba una manifestación de estudiantes. No pensé en dar la vuelta, porque por la Gran Vía bajaban los grises. Un policía me empujó al hotel Plaza para que me resguardara. Hubo un choque entre la policía y los estudiantes. Yo tenía toda la pinta de estudiante y me libré por los pelos.

¿En qué obras has participado?

Había conocido a un chico chileno que era director de teatro que se llamaba Daniel Bohr. En la discoteca Picadilly íbamos a hacer una especie de versión de cabaret del espectáculo Hair, prohibido aquí por la censura, y montamos un espectáculo que se llamaba  “Picadilly Review”. Cogimos a gente del teatro y lo hicimos en playback, pero alguien propuso coger músicos y hacerlo en vivo. Al final hicimos una versión pirata de Hair con otro título.

Estrenamos y fue un éxito. Una noche, estaba la discoteca rodeada de policías y habían clausurado la función, porque en la función anterior, se había presentado la mujer de un ministro y en la famosa escena de desnudo de Hair, esta mujer se ofendió tanto que se levantó y se marchó. Después de 50 representaciones se acabó.

No nos multaron, sólo clausuraron la función, pero este escándalo me dio proyección y me convertí en el coreógrafo de moda. Entonces  me llamó Luis Escobar, que era el dueño del teatro Eslava. Él iba a celebrar el aniversario del teatro y quería llamar a la función “Eslava 101” y hacerla con un grupo de hippies. Se lo monté con actores, con Pepe Sancho y Amparo Soler Leal, que no eran bailarines pero funcionó bastante bien. Trabajaba con un grupo  de actores que no tenían ni idea de bailar.

Esto lanzó mi carrera de coreógrafo; monté muchas obras de café teatro, con Javier Lafleur, con Juan  José Alonso y Alonso Millán. Llevaba un café teatro en la Fontana y tenía 6 obras en cartel a la vez en Madrid. Me llamó el presidente de la agrupación de bailarines de los sindicatos.  Su mujer era coreógrafa también y me dijo que estaba quitando mucho trabajo a los españoles, refiriéndose  a su mujer. Me dijo: “algún día te puede pasar algo”, pero nunca me pasó nada y seguía trabajando.

Hice cuatro funciones de una obra con un director americano y para Manolo Collado, en el teatro Marquina, monté la producción de “Equus” con los movimientos de los caballos. Trabajé también en la primera revista que hacía Lina Morgan como empresaria, “Pura Metalúrgica”, cuando el Barceló era todavía teatro. Ahora son todas discotecas, para que veas adónde va el teatro.

El final de mi carrera como coreógrafo, fue con la obra “Oh Calculta”. Ya había muerto Franco y todo el mundo quería ponerse en pelotas sobre el escenario.

¿A qué te dedicaste después de la faceta teatral?

Después de “Oh Calcuta”, abrí un restaurante con dos amigos en la calle Santiago que se llamaba Mi pueblo. Era pequeño, de comida casera española. Nos reunimos los dos amigos y yo durante 6 meses y planificamos la comida y la decoración. Yo era director de cocina, mi amigo Julián era el administrador y Ramón era un creativo. Lo montamos en una lechería que estaba en alquiler. Al principio, como no lo conocía nadie, dábamos 10 comidas o cenas. Todos trabajábamos como camareros. Fuimos cogiendo experiencia y cuando se llenó el local, que tenía 35 cubiertos, organizamos una especie de inauguración y apareció todo el mundo. No cabían, la gente estaba encantada porque era comida casera con un toque moderno. Teníamos rellenos madrileños, tortilla mi pueblo con chorizo y pimiento. La gente se extrañaba mucho porque servíamos ensalada con champiñón crudo, en un cuenco grande para compartir, y besugo al horno.

La primera vez me puse tan nervioso que me fui al almacén a llorar, pensé que lo hacíamos mal. Nos olvidábamos de los cubiertos, pero la gente estaba contenta. No hacíamos reservas; se apuntaba en lista de espera y funcionó muy bien.

Cogimos ayudantes para la sala y cocina, era una experiencia muy buena. Mucha gente monta negocios juntos y terminan deshaciendo las amistades y el negocio. Hicimos un contrato por si uno se quería marchar, o no hacía el trabajo; lo firmamos con un notario y funcionó. Yo me fui en 1982 a Navalagamella, al lado de Valdemorillo, para abrir mi propio restaurante. Hicimos evaluación del negocio, lo dividimos entre tres y seguimos siendo íntimos amigos. Nos hemos jubilado todos. El de Navalagamella lo vendí pero sigue funcionando.

Me dediqué al restaurante entre  1982 y 2014.  Tenía buena crítica y estaba en todas las guías turísticas americanas como un sitio recomendado. Era comida de alta cocina,  un restaurante muy caro. El pastel de chorizo era una especie de quiche con chorizo fresco y pimiento rojo, un plato muy bueno que ya no hacen porque es muy trabajoso, y hacía también la mejor hamburguesa de España, con carne de verdad.

Continuará...

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