Red de Bibliotecas de Castilla-La Mancha

Switch to desktop

En la campiña que rodea Guadalajara, justo a los pies de la Alcarria, se encuentra el pueblo de Cañizar. Desde la carretera que culebrea hasta allí encontramos la Finca del tejar de la Mata, residencia en la que Manu Leguineche escribió, antes de asentarse en Brihuega, el diario de campo La felicidad de la tierra. El periodista y escritor fue un nómada tranquilo, según Javier Reverte: «un vasco muy castellano». La casa de piedra en la que vivió y escribió perteneció a un inglés, pionero quizá, de la pequeña colonia de personas venidas de más allá de nuestras fronteras. Entre ellas se encuentra Coralie Pearson, de origen británico y asentada desde hace más de veinte años en Cañizar, un lugar para disfrutar de paisaje y paisanaje. Un pueblo que nos enseña que cada uno es, como dice el refrán: no de donde nace, sino de donde pace.

Coralie nos acoge en su casa para conversar sobre su trabajo como traductora (primero para la embajada británica en Madrid y después de freelance), así

como de sus últimos proyectos profesionales y musicales.  

 

 Coralie, ¿te consideras de Cañizar?

Cuando me preguntan de dónde soy, yo digo que de Cañizar, un pueblecito de la provincia de Guadalajara, porque es donde más años he vivido. Aunque nací en el sur de Inglaterra he vivido la mayor parte de mi vida en España. Antes estuve en Madrid unos cuantos años, pero cambiando de residencia. Es aquí donde más en casa me he sentido, donde tengo mi hogar.

¿Y cómo aprendiste castellano?

Lo empecé a estudiar en la enseñanza secundaria. En mi Instituto, además de las lenguas clásicas (latín y griego), podías elegir dos idiomas extranjeros y yo escogí francés y español. Tuve una profesora de castellano, que era inglesa, que me contagió su pasión por lo español. Luego, al ir a la universidad, lo elegí como lengua extranjera principal y al francés como secundaria, y así fue como me saqué en Inglaterra el título universitario de español. En aquella época los estudios universitarios eran muy teóricos, no había nada práctico en la enseñanza. Adquirí amplios conocimientos de la literatura, historia, geografía, de la Guerra Civil española, de Latinoamérica, pero de hablar español nada.

     No sabía qué hacer cuando acabé la universidad; no tenía suficiente nota para dedicarme a la      investigación y seguir en el ámbito universitario. Tampoco me apetecía nada ser profesora de español. Al final me decidí por ser bibliotecaria, porque sentía pasión por los libros. Para cursar los estudios superiores necesarios, debías tener una experiencia de al menos 18 meses trabajando en una biblioteca. Conseguí un puesto en la biblioteca de consultas de la histórica ciudad de Bath, un lugar maravilloso para trabajar.

¿Nos puedes contar cómo fue tu experiencia en esa biblioteca? ¿Cómo se trabajaba allí en aquella época?

Yo era ayudante-auxiliar y estaba en el mostrador, en el puesto más cercano a los usuarios y a los libros. Al ser una biblioteca de consulta, estaba abierta al público; acudían muchos usuarios todos los días a leer el periódico, a pasar el tiempo, porque era un sitio acogedor. Había una sección muy grande de historia local y venía mucha gente a investigar. Era un edificio antiguo, distinto del de la biblioteca de préstamo. En lo más alto había una habitación pequeña con una mesa, llena de libros y ficheros. Tenía que rellenar las fichas con una máquina de escribir. De eso hace ya mucho tiempo y han cambiado mucho las cosas, pero fue una experiencia muy bonita.

Un verano, que no sabía muy bien qué hacer, decidí marcharme a España para perfeccionar mi español y ser capaz de hablarlo, y ya no volví.

 

 Después de aquel viaje a España en el que ya no regresaste a tu país, ¿cómo descubriste Guadalajara? ¿Qué referencias tenías de Cañizar?

Cuando llegué a España me dije que si encontraba un trabajo me quedaba. Compré el diario «Ya» un martes (porque los lunes solo salía la «Hoja del Lunes»), y leí un anuncio de la embajada británica en Madrid buscando traductor. A pesar de no ser traductora, me presenté y conseguí el trabajo.

Cañizar es muy particular, porque a pesar de lo pequeño que es, desde hace décadas tiene una proporción relativamente grande de gente de otras nacionalidades y lenguas viviendo aquí. Un diplomático de la embajada británica, allá por los años 60, llegó a este pueblo, no sé cómo, y compró una finca, y a partir de entonces, se fue tejiendo como una red de hilos de personas conectadas entre sí, aun sin conocerse necesariamente, que iban llegando hasta el pueblo. Uno de esos hilos fue lo que me trajo a mí, aunque en un principio no podría haberme imaginado que acabaría viviendo aquí. Es algo que agradezco mucho, porque siempre he recibido mucho apoyo y cariño de mis vecinos, y el entorno natural que me rodea me alimenta el alma.

 

Has trabajado primero de traductora para la embajada británica y luego como freelance. ¿En qué consiste el trabajo de traductora?

Sí, trabajé en la embajada 19 años, antes de establecerme por mi cuenta. Un dato curioso es que allí yo traducía al español, curioso porque se supone que es imposible si no eres nativo. En el mundo empresarial, que es donde trabajo como profesional freelance, generalmente traduzco al inglés. En el año 1996 me presenté al examen para traductor jurado, una prueba muy difícil, y lo aprobé. Así que tengo el título de traductora-intérprete jurado de inglés, y eso ha contribuido a que me haya centrado en el ámbito empresarial: contratos, documentos jurídicos, etc. Luego me especialicé en banca y llevo años traduciendo informes anuales bancarios. En la embajada, traducía muchos documentos relacionados con la Unión Europea, que en aquel entonces era el Mercado Común, una época muy interesante en las relaciones bilaterales y europeas. Ello a su vez ha contribuido a que haya podido acreditarme como subcontratista de los servicios de traducción de la Comisión Europea y del Banco Central Europeo, y llevo ya varios años con ese quehacer.

 

Ahora estás embarcada en un nuevo proyecto relacionado con la traducción. ¿En qué consiste?

Sí, he traducido un libro que no forma parte de mi actividad profesional; es algo que he hecho a nivel personal. Es una traducción, en este caso al español, que no hubiera sido capaz de hacer si no hubiese sido por todos esos años en la embajada. Se trata de una obra escrita originariamente en inglés: «A course of love», en español «Un curso de amor». Me surgió en 2015, y para mí ha sido una experiencia transformadora en todos los sentidos de la vida. Contiene más de un cuarto de millón de palabras, y dediqué dos años y un mes a su traducción. Lo hice con una colaboradora, Lorena Miño, que realizaba la corrección. Trabajamos en equipo, de una forma muy intensa y con muchas horas de dedicación.

En torno a este libro y a su edición en español, se ha constituido en Argentina una fundación «Fundacionuncursodeamor.org», donde hay mucha información del proyecto en español. En Francia, cerca de Toulouse, tuvimos en mayo un encuentro de los traductores europeos, un total de 16 personas. La primera parte del libro está traducida al japonés, se está traduciendo al alemán, al sueco y al holandés y ya está publicado en francés y noruego. Se puso a la venta en español en marzo de 2018. Es fascinante y muy enriquecedor formar parte de este proyecto de difusión multicultural, y fascinante también contemplar cómo todos estos hilos de mi vida se han ido entretejiendo para traerme hasta aquí.

Como su título indica, se trata de un curso, una enseñanza metafísica dentro de la escuela de la «no dualidad». El libro plantea vivir en este mundo que nos rodea desde el amor, unir la mente al corazón, de otra manera. Es un libro canalizado por la norteamericana Mari Perron, quien lo recibió y transcribió a partir del año 1998 durante 2 o 3 años. Contiene 3 libros reunidos en un tomo. No ha sido hasta los últimos 5 o 6 años, cuando la obra ha empezado a tener difusión a nivel internacional.

Escribir un comentario

Código de seguridad
Cambiar texto